miércoles, 2 de abril de 2008

Shanghai: El Bund y el Pudong (Día 10)




Nos levantamos y nos fuimos directamente al aeropuerto, con la idea de desayunar allí, dado la calidad lamentable del desayuno del hotel. Antes de devolvernos los 100 yuanes del depósito de la llave del hotel, mandaron a alguien a chequear la habitación, no fuera a ser que hubíeramos hecho uso de los condones y los aceites y nos fueramos a ir sin pagarlos...

 

Fuimos en taxi al aeropuerto, como siempre, pendientes de que no se nos sobara el conductor... El aeropuerto de Guilin es muy pequeñito, y caro, así que las posibilidades de desayuno quedaron reducidas a dos: café de 6 euros o fideos aun precio más normalito. Elegimos los fideos y una coca cola.

 

Aterrizamos un par de horas más tarde en un Shanghai con niebla. En el aeropuerto, y siguiendo indicaciones de la Lonely Planet (en combinación con dos cerebros que hacían por despertarse), cogimos el autobús 925, que se suponía que nos dejaba cerca de nuestro hotel, yendo por la calle Yan’an.

 

La jugada nos salió bastante bien (20 yuan el autobús) y nos habría salido mejor si nos hubiéramos bajado en nuestra parada. Nos bajamos bastante antes de tiempo, así que cogimos un taxi que terminó el trayecto hasta el hotel.

 

El hotel (Chuangye Hotel) está en el Bund, en la misma calle Yan’an (Este), 128, pero como escondido en un callejón. Las habitaciones están bien. Limpias y cómodas, aunque la nuestra tenía un serio problema de ruidos debido a que daba a un callejón lleno de aparatos de aire acondicionado. Lo consideramos un mal menor (después de Guilin fue sencillo. Ya era bastante que en este no vendían condones ni aceites y además no olía a rancio) pues se podía solucionar con la dosis suficiente de cansancio...

 


La gente en el hotel no sabemos si es que era borde, era estúpida o no tenía ni papa de inglés. En todo el tiempo sólo hubo un tipo que nos atendió correctamente.

 

Dejamos los trastos y maletas (sombrero chino incluido) y nos tomamos un merecido descanso en el hotel. Después nos tiramos a la calle a pasear por el Bund. Estábamos muy bien situadas, la verdad. Muy cerca del río, desde donde puedes contemplar el Pudong, con todos esos rascacielos y edificios futuristas y la Perla de Oriente, que es feísima, pero que no deja de ser un emblema de la ciudad.

 




Allí estuvimos, viendo cómo los edificios se perdían en la niebla hasta el punto que no se veía el final, muy Blade Runner. Paseando, nos dimos de bruces con una de las atracciones que menciona la guía: el Túnel Panorámico. Es una de las formas de cruzar el río para ir del Bund al Pudong. El ticket de ida y vuelta cuesta 5€ y es una tomadura de pelo, pero una tomadura de pelo simpática.

 


Son unos vagones acristalados e independientes. El túnel, que circula bajo el río, está forrado con luces multicolores y efectos de luz y color. Además, como en el túnel de la bruja, hay una locución en chino que, se adivina, pretende atemorizar. Entonces, varios muñecos de estos que son de aire que mueven los brazos hacia arriba espasmódicamente y que están atados entre las vías del tren, se te echan encima. Es todo muy naif, pero el caso es que llegas al Pudong, ves la Perla y los otros edificios desde abajo, y con las mismas, y yo ya muerta de hambre, te vuelves al Bund.

 

Una vez más, confiamos en la Lonely Planet para buscar un buen sitio para cenar. La recomendación era “celebrar que estás en Shanghai en el M on the Bund”, un restaurante de moda, de lo más chic, en el séptimo piso de un edificio en el Bund. Se aconseja reservar, pero nosotras nos plantamos allí con las mismas y con unas pintas de mochileras que echaban para atrás.

 

Supongo que ser occidental te abre puertas en estos sitios, porque yo no me hubiera dejado pasar con las pintas que llevábamos... El sitio es una pijada, un restaurante bien, vamos. La gente iba muy arreglada, algunas hasta con las lentejuelas, los trajes de noche y todo...

 

Nos guardaron los abrigos y nos sentaron en una mesa para dos. Nuestra mesa no daba al ventanal desde el que se ve el Pudong, pero no importaba, porque estábamos caninas y nos habían dejado en la mesa una cestilla con pan (¡¡¡PAN!!!) y un cacharrito lleno de mantequilla. Intentamos ser discretas, pero al final, antes de que vinieran a tomarnos nota, habíamos dado cuenta de medio cestillo.

 

En la carta (no precísamente china) hay platos griegos y marisco del País Vasco, entre otros. Nosotras pedimos el combinado de platos griegos, pato y no recuerdo qué más, pero estaba todo muy rico. En la mesa de al lado, una china (que parecía ser la anfitriona de un puñado de ejecutivos occidentales) vestida de largo y lentejuelas, se las veía y se las deseaba para meterle mano al marisco vasco con cuchillo y tenedor...

 

Después de cenar pagamos (25 euros por cabeza sin vino) y salimos a la terraza a que me fumara un cigarro. La vista desde allí era verdaderamente chula.

 


Cuando salimos de allí, seguimos paseando, tranquilamente, mientras las tiendas iban cerrando (allí cierran bien tarde, entre 9 y 10:30). Sabía que Shanghai me iba a gustar, que no me iba a decepcionar. Después del paseo volvimos al hotel.





Guilin: El Río Li (Día 9)

Era mi cumpleaños, llovía, había neblina y el desayuno del hotel era una mierda... Mal empezamos. Nos recoje un autobús que nos tiene que llevar al puerto desde el que sale el barco hacia Yangshuo, el pueblito pesquero que es el final del paseo en barco. La vuelta se hace en autobús y, si has pagado las excursiones extra, éstas se hacen también a la vuelta.

 


El guía, Shao Ming, hablaba bastante bien inglés. En el puerto tuvimos que esperar un poco para embarcar, para variar, en una tienda. Yo creo que todos estos tiempos muertos en tiendas son a propósito. Los barcos salen en fila india, eran grandes y en la popa llevaban las cocinas. La comida era en el propio barco, porque el paseo duraba en torno a cuatro horas.

 


Al principio teníamos que estar sentados, mientras nos servían un té bastante malo. Mi única obsesión, mientras la de Mariko era felicitarme por todos y cada uno de los que no lo iban a hacer, era evitar a un grupo de españoles que iba en el barco también. Habíamos tenido el dudoso placer de volar desde Xi’an hasta Guilin con ellos y eran bastante ruidosos, chistosos (en el peor de los sentidos) y catetos. En especial uno de ellos que parecía empeñado en hacerse oir, pues debía considerarse muy gracioso.

 

En todo caso, el paseo en barco reparó todas las malas impresiones y le dio a mi cumpleaños exáctamente la dimensión que yo quería que tuviera, algo especial. Estaba lloviendo, sí, y había niebla, pero el paisaje que se adivinaba era espectacular, y además el tiempo le daba un tinte melancólico muy oportuno.











Me encantó. Además, era la primera vez que olíamos a verde en todo el viaje, y el olor era muy intenso. Lástima que al rato lo único que podíamos oler era la cocina del barco que llevábamos delante.

 

A la orilla del río dejábamos pequeños pueblecitos de pescadores y rebaños de ganado. Por lo visto, en algunos de estos pueblos todavía pescan con aves. No se qué pájaros son, pero están entrenados para pescar y llevar los peces a su dueño.

 


Los picos, de roca caliza, están completamente cubiertos de vegetación y son altos y estrechos, emergiendo casi directamente del río, en vertical. Algunos se perdían en la niebla y la humedad provocada por la lluvia acentuaba los contrastes. Era muy mágico cuando conseguías evitar escuchar al españolito gracioso.

 

La comida en el barco era bastante mediocre, aunque los tallarines se dejaban comer. Después de comer nuestro guía se acercó a nosotras y nos dijo que si queríamos hacer las excursiones extras, que no las teníamos contratadas pero que si queríamos, podíamos pagarlas y sumarnos al resto del grupo. Le dijimos que no, que nosotras queríamos volver directamente a Guilin.

 

Aquí empieza la política de presión, que puede derivar en la política de terror: Nos dijo que no podíamos volver directamente porque sólo tenía un autobús y que era para llevar al resto del grupo a las excursiones extra. Le dijimos, una vez más, que nosotras no queríamos hacer las excursiones y entonces nos dijo que bueno, que si queríamos podíamos volver por nuestra cuenta a Guilin. Le dijimos que de ninguna manera, que volveríamos en el autobús con el resto del grupo, a lo que dijo que el resto del grupo iba a hacer las excursiones extra y, que si queríamos, podíamos pagarlas e ir con ellos.

 

Le dijimos que no, que íbamos a volver en el autobús, que para eso habíamos pagado 50 pavos, y que no íbamos a pagar ni un euro (o yuan) más, que si teníamos que cerrar los ojos para no ver nada de las excursiones extra, los cerraríamos.

 

Yangshuo, el supuesto pueblito de pescadores, hoy por hoy ya no es tal cosa. Cuando nos bajamos del barco había dos señores, dos chinos ancianos, con sendos sombreros típicos chinos, sendas indumentarias de pescador y sendos palos a los hombros con dos pájaros pescadores cada uno.

 


Por supuesto, nuestra primera reacción fue hacer fotos, a ellos, con ellos... pero entonces me di cuenta de que después de hacer la foto, pedían dinero. Había un tercero encargado de recojer los beneficios.

 

No hice foto, por supuesto. El pueblo es bonito, aunque presumo que dejará de serlo pronto a la vista de cómo están construyendo. La calle principal es, una vez más, un mercadillo. Como en el resto de China, en este pueblo también hay un Kentuky Fried Chicken. Resulta alucinante que el KFC sea la primera cadena de comida rápida del país, así como Pizza Hut es la segunda. No hay ciudad ni pueblo que hayamos visitado que no tenga su KFC.

 

En este caso, el KFC era, además, el punto de encuentro. Nos dieron 40 minutos para pasear (y, por supuesto, comprar), al cabo de los cuales teníamos que encontrarnos en el KFC para volver al autobús.

 

Dimos un paseo para encontrar el International Youth Hostel y comprar un sombrero de pescador típico chino que se me había antojado. Me pidieron 150 yuanes por él y al final pagué 10 yuanes. El sombrero, en el momento del regateo no me había dado cuenta, venía equipado con su propio moho y todo. Un primor. Nótese que desde este momento en adelante, iré cargando con un sombrero típico chino allá donde vaya, lo que no es precísamente cómodo...



 


El pueblo está lleno de hoteles y hostales, además hay muchos locales con reclamos para escaladores, pues la zona debe de ser particularmente atractiva para hacer senderismo y escalada.

 

Cuarenta minutos después nos encontramos en el KFC y el guía nos condujo al autobús, donde, una vez más, intentó que nos sumásemos a las excusiones. Una vez más declinamos la oferta y entonces nos ofreció quedarnos en el pueblo durante una hora más mientras ellos iban a la primera de las excursiones.

 

Aprovechamos esa hora para volver a la calle principal y meternos en un café a tomar nuestros ya clásicos café latte y capuccino. En el café, junto a una atención estupenda, había internet gratuito, así que yo aproveché para conectarme un rato. Nos relajamos un poco y volvimos al punto de encuentro con el autobús.

 

Para la siguiente excursión, nos quedamos encerradas dentro del autobús, para asombro del conductor. Pero fue breve, en todo caso no más de 15 minutos, que aprovechamos para dormitar un poco.

 

De vuelta en Guilin, el guía intentó endiñarnos otra excursión, ésta gratuita, a otra fábrica de seda. ¡¡¡Noooooo!!! ¡¡¡Basta!!! Aprovechamos que otros se negaron a ir para bajarnos casi en marcha del autobús. Volvimos al hotel, descargamos y nos fuimos a dar un paseo.

 

La ciudad me pareció más agradable aquel día; volvimos a la calle peatonal a cenar en el restaurante que habíamos visto el día anterior. Entramos y nos condujeron al piso de arriba, que era más chulo que el de abajo. Nos sentamos junto a un ventanal y nos trajeron la carta. Aquella iba a ser mi oportunidad de probar cosas que desde hacía tiempo quería probar. Me habían dicho que probara las ranas y la serpiente y en aquella carta tenían esos platos, además de otro a base de carne de perro.

 

Estábamos esperando a que nos tomaran nota cuando uno de los camareros, zapato en mano, se abalanzó contra el suelo justo detrás de la silla de Mariko. Tras un fortísimo golpe con el zapato en el parqué, mi amiga Mariko, que se había vuelto para mirar, se giró hacia mi, con los ojos desorbitados. “No es una cucaracha, es una rata” Me dijo “¡¿Qué?!! Pero no tuve que esperar a la respuesta. Detrás de la silla de mi amiga, emergió el camarero, con la mano en alto de la que colgaba una pobre servilleta que intentaba, sin éxito, cubrir a una enorme rata que se balanceaba, muerta, por el rabo.

 

Nos miramos, nos levantamos y nos fuimos.

 


Entramos en otro sitio del que tuvimos que irnos también sin haber pedido porque yo estaba bastante descompuesta. Al final buscamos un sitio algo más turístico y limpio y allí cenamos; nada de rana ni de serpiente, se me habían quitado las ganas. Pedimos ternera, que estaba muy buena, aunque yo seguía con el cuerpo algo cortado.

 

Después de cenar paseamos un poco más, recorrimos de nuevo las tiendas y los mercadillos y volvimos al hotel a hacer las maletas, ya que al día siguiente volábamos a Shanghai.

martes, 1 de abril de 2008

Guilin: El Pico de la Belleza Solitaria (Día 8)





Bien temprano desayunamos las clásicas empanadillas e hicimos el check out para irnos al aeropuerto. En una hora y media de vuelo te plantas en Guilin desde Xi’an. Nuestro amigo se volvió a Beijing y no nos volvimos a ver hasta nuestro regreso a la Capital.

 

Guilin nos recibió con lluvia y nubes. No parecía que fuera a despejarse así que nos resignamos a la idea de que veríamos todo aquel paisaje imponente con una visibilidad del 2%...

 

En el mismo aeropuerto contratamos la excursión al día siguiente, pues al otro por la mañana volábamos a Shanghai. La excursión, que se hace en barco por el río Li dura todo el día, incluye la comida y son 50 euros por cabeza. Nos ofrecen incluir en la excursión otros puntos de interés, pero hay que pagar más y decimos que no. A fin de cuentas llevamos a nuestra espalda la experiencia de Xi'an... En mi opinión, Guilin se ha subido a la parra. No es tanto el precio de la excursión, sino que, en comparación, la ciudad me pareció cara para los estándares de China.

 

La misma señorita con la que contratamos la excursión en barco nos encaramó a un aurobús que nos cobró 2 euros y nos dejó cerca de nuestro hotel.

 

El hotel de Guilin fue la única gran decepción que hemos tenido en materia de hoteles... El New Plaza Hotel huele a rancio ya en la recepción. La llave no es de tarjeta, que es lo de menos, porque cuando entras en la habitación todo lo demás no importa. Holía a tabacazo y a cerrado que echaba para atrás. Además, tanto en la habitación como en el baño, y esto era lo más inquietante, había una serie de objetos en venta (entre 10 y 20 yuanes cada uno). Objetos como condones, bragas + condón, calzoncillos + condón, aceites lubricantes tanto masculinos como femeninos, toallas higiénicas y esterilizadas...

 


En resumen, que obviamente este hotel vivía de alquilar las habitaciones por horas.

 

Lo cierto es que mi primer impulso fue huir, huir al International Youth Hostel más cercano, pero al final, y tras comprobar que en lo esencial estaba limpio, decidimos quedarnos. Abrimos las ventanas para que la lluvia purificadora se llevara aquel olor y lo ayudamos con un poco de desodorante a granel.

 

Echamos un vistazo a la Lonely Planet y nos tiramos a la calle, locas por salir de aquella habitación sórdida. Nos fuimos a buscar el Pico de la Belleza Solitaria, que resultó estar dentro de un recinto que en otro tiempo no se qué sería, pero que hoy es algo así como  una campus universitario.

 

A nosotras, que pinta de universitarias ya no tenemos, nos cobraron 5 pavos la entrada al recinto.

 

Entramos muertas de hambre con la confianza de que no tardaríamos en encontrar un puesto de comida, ya que lo habíamos encontrado en todos los demás Hi Lights. Pues no hubo forma, oiga. En el plano que nos habían dado aparecía un símbolo que indicaba la existencia de un restaurante nada más entrar en el recinto, a la izquierda. Pues preguntamos en cada uno de los pabellones que vimos en la zona. Dejando aparte que no nos entendimos ni lo más mínimo, no conseguimos que nadie nos echara nada de comer.

 

Decidimos recorrer aquello, ya que estábamos, pero tengo que decir que yo ya estaba un poco a la contra. El sitio es bonito, o quizá más fotogénico que bonito, porque en las fotos parece más de lo que realmente era ¿O es que el hambre nublaba mi razón? En fin. Llegamos al Pico de la Belleza Solitaria, que es curiosón, más que bello, pues es un picacho que se alza aislado en medio de la ciudad, y a la Cueva de la Lectura, que consiste en una pared del mismo picacho con inscripciones. 

 




Continuamos nuestro paseo y encontramos algo parecido a un comedor universitario y al lado una suerte de cafetería en obras. Lo único que servían era zumo de naranja y salchichas.

 

Pedimos uno de cada para cada una y se nos vino el alma a los pies cuando probamos aquella salchicha monda y lironda: estaba fría, dulzona y súmamente grasienta. Probáblemente la segunda peor experiencia gastronómica del viaje. La primera, ganadora del título por goleada, la tuvimos al día siguiente.

 

Desesperadas por comer algo decente en un país donde la comida en general está tan buena y hay tanta variedad, salimos del recinto universitario y nos zambullimos en una zona comercial, mercadillo, calle peatonal... incluso una plaza donde estaban poniendo “Charlie y la fábrica de chocolate” (en un perfecto chino) en una pantalla gigante. La plaza estaba dispuesta en forma de anfiteatro, con gradas en el suelo. Lo de las pantallas gigantes allí es alucinante, pero lo más impresionante es el audio, que se oye perfectamente, a pesar del ruido y de la distancia.

 


En la calle peatonal elegimos un restaurante e hicimos una merienda cena. Allí vimos por primera vez los servicios precintados. Me explico: se ve que en China les gusta tan poquito eso de fregar, que los restaurantes contratan empresas que les recogen los platos y palillos sucios, se los lavan, se los precintan y se los devuelven. Después de comer, y en la misma calle peatonal, nos sentamos en un café y nos tomamos un café latte y un capuccino respectivamente, tranquilamente.

 


Desde donde estábamos sentadas se divisaba un restaurante con una decoración muy minimal, muy moderna, en madera oscura, que nos gustó. También se veía una tienda que parecía tener unos vestidos muy monos, así que cuando terminamos nuestro café nos acercamos a echar un vistazo. Efectivamente, la ropa que tenían es muy chula. El clásico diseño que en Divina Providencia te puede costar entre 100 y 200 euracos, aquí nos costaba entre 20 y 30 euros, y encima bien cortados...

 

Nos probamos media tienda y salimos de allí con tres vestidos y un abrigo. Mariko me regaló un vestido porque al día siguiente era mi cumple.

 

Volvimos paseando hacia el hotel, por un mercadillo en el que estuvimos mirando, regateando y a veces, hasta comprando. En una plaza grande había un edificio muy grande cuya fachada entera era una cascada enorme. La foto, que recojemos en este blog, está dedicada a nuestro amigo el griego. Cuando llegamos era bastante pronto, pero lo peor es que allí no había nada que pudiéramos hacer. Las luces de la habitación eran dos y tan ténues que tuvimos que dejarnos varias dioptrías para poder, al menos, leer. Guilin me estaba gustando sólo regular... suerte que, al menos, en la tele, encontramos que ponían “Tiburón” en versión original con subtítulos en chino...