jueves, 27 de marzo de 2008

El Palacio de Verano (día 4)



Al Palacio de Verano decidimos ir por nuestra cuenta y riesgo. Lo cierto es que lo de las excursiones organizadas, pese a que a veces son inevitables y necesarias, son un poco rollo, y además nos habían dicho que al Palacio de Verano puedes ir en taxi y te sale entre 5 y 8 euros.

 

Desayunamos con Mar en el Hostel y buscamos un taxi. Le enseñamos la dirección en chino y la entendió enseguida. El trayecto por la ciudad fue bien, esquivando coches, motos, bicis, perros y peatones. Lo crudo vino luego, al salir a la autovía. Los chinos conducen como pollos sin cabeza, es cierto, pero no corren. Además, a esto hay que sumarle que se duermen en cualquier sitio. Adoptan la postura de la gallina clueca y se quedan secos.

 

La falta velocidad y la facilidad para quedarse dormidos son dos factores peliagudos en autovías libres de tráfico y sin curvas... Lo cierto es que pasamos un mal rato porque el taxista se nos iba quedando dormido por momentos... Empezó a bostezar, a bajar la ventanilla, a restregarse la cabeza, a estrujarse los ojos... hasta que en una de esas se le cerraron los ojos. Yo grité y Mariko golpeó la mampara. El remedio pudo haber sido peor que la enfermedad, la verdad, porque el señor se llevó un susto de muerte, claro. pegó un volantazo y casi para el coche en mitad de la autovía... Se volvió muy indignado y nos regañó mucho. Entendimos que pensaba que nosotras creíamos que nos estaba timando o dando una vuelta innecesaria o algo, porque señalaba los carteles donde decía “Summer Palace” como diciendo “¿Véis?¿Véis? ¡Si voy bien!” Nosotras dejamos que nos regañara todo lo que quisiera, aliviadas porque ya lo teníamos entretenido con algo... El trayecto nos costó 55 yuanes (5 euros y medio) pero nos pudo haber costado la vida...

 

El Palacio de Verano es de las cosas que más nos han gustado en Beijing. Es inmenso e impresionante, la verdad. Merece la pena reservar un día entero para verlo (ojo, cierra a las seis o a las seis y media). Los templos, los lagos, el gran corredor... El día también estaba brumoso, pero le daba una belleza especial, aunque la visibilidad también estaba reducida.

 




Recomendamos la entrada completa, que te da acceso a todos los templos, calles y monumentos. Se puede comer dentro. Hay puestos con comida rápida. Nosotras comimos noodles precocinados, como auténticas chinas.

 


El día fue agotador, anduvimos un montón y subimos y bajamos más y más escaleras con unas agujetas que hacían que pareciera que teníamos patas de palo... pero valió la pena. El paisaje y la paz que se respira allí son fascinantes.

 


A la salida, y después de un ansiado cigarro, había varios taxis en la puerta. Nos dirijimos a uno y le enseñamos nuestro mapa con la dirección del hotel en chino. El taxista, entonces, intentó negociar un precio con nosotras. Nos pedía 120 yuanes (12 euros). Escandalizadas le dijimos que no, que 50 yuan (la ida nos había costado 55), empezó a regatear y entonces Mariko, muy indignada y en un perfecto castellano, le dijo que pusiera el taxímetro. Entonces vino otro taxista que aceptó llevarnos por 100 yuan (decían que si el tráfico, que si era mejor otro camino... En ese momento sólo piensas en darte una ducha y descansar un poco). Aceptamos y nos fuimos con él.

 

Para nuestra sorpresa puso el taxímetro aunque ya habíamos acordado el precio. Cuando llegamos al hotel el aparato marcaba 150 yuan, que pagamos diligentemente... Aquí habría dos explicaciones: O el tipo estaba en lo cierto y el camino que había tomado para no coger atasco era más largo (improbable) o tenía el taxímetro trucado y nos tomo el pelo (como a chinos).

 

Lo bueno es que cuando te timan en China, te timan 15 pavos por un trayecto que en Madrid te costaría de 30 para arriba.

 

Ya en el hotel nos tomamos una Coca-Cola en la cafetería y nos relajamos un poco. Habíamos visto que en el mismo hotel te tramitaban billetes de avión y de tren, así que nos pareció una buena idea sacar allí mismo nuestros billetes de tren para el día siguiente a Pingyao.


Sin embargo resultó ser un poco tarde para nuestros propósitos... Nosotras queríamos viajar en cama blanda y sólo quedaba cama dura. Como teníamos dudas de cómo sería la cama dura en un tren a Pingyao y aún nos quedaban cosas por ver en Beijing decidimos abandonar la idea de visitar Pingyao e ir directamente a Xi'an dos días más tarde.


Para Xi'an, dentro de dos días, si quedaba cama blanda. Compramos los billetes (pagando una comisión de unos cuatro euros por billete por el trámite) y nos dijeron que tendríamos los billetes en el hotel al día siguiente por la tarde.


Tuvimos que ampliar nuestra estancia un día más en el Hotel, pero eso no fue ningún problema.


Después nos fuimos a Wanfujing, una calle peatonal con muchas tiendas y una calle perpendicular que está llena de puestos de souvenires (Mariko se compró un reloj despertador con un Mao que te saluda) y de comida. La comida en estos puestos va desde pinchos de patas de calamar a la plancha hasta escorpiones fritos, pasando por caballitos de mar, estrellas de mar, saltamontes y una suerte de larvas o pupas muy gordas. Es un espectáculo verlo, aunque lo cierto es que nosotras no vimos a ningún chino comiéndolos. Sólo comían las patas de calamar y los pinchos de carne.

 



En Wanfujing quedamos con nuuestros amigos con toda la intención de llevarles a comer Pato a la Pekinesa del güeno güeno, pero el restaurante al que pretendíamos ir (que recomendaba la Lonely Planet) estaba cerrado, así que echamos a andar y entramos en el primero que nos pareció bien (de camino al restaurante pasamos por un Supermercado Día).

 


Pedimos Pato Pekinés y a mi me gustó más que el de la noche anterior, aunque tampoco era la experiencia prometida... El resto de la comida también estaba muy buena, especialmente la ensalada.

 

Coincidió que, estando allí, dio la hora de cenar de los cocineros, que salieron en tropel de la cocina con cazos y tazones enormes que llenaron de arroz blanco que habían sacado en un barreño inmenso. Eso fue su cena, que liquidaron en cuestión de segundos, un tazón de kilo de arroz blanco.

 

Aquella noche volvimos al Suzie Wong, que tanto nos había gustado la noche anterior.

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